“Con la llegada de internet los aprendices son más poderosos, tienen más posibilidades de formarse por su cuenta, no necesitan ir a clase, ni profesor, ni libro de texto porque la red es su material”, afirmó Daniel Cassany, profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, durante el IV Congreso SICELE (Sistema internacional de certificación del español como lengua extranjera) que se realizó en la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR.
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Cassany dirige un equipo de investigación formado por nueve docentes y 24 doctorandos de diversos países, que estudian cómo se modificaron las prácticas de enseñanza y aprendizaje a partir de internet. Tratan de dilucidar qué hacen los aprendices en contextos naturales, por su cuenta y por decisión propia para aprender, con el objetivo de replicarlo en el aula.
En el desarrollo del proyecto encontraron que los mejores estudiantes son los que conforman alguna comunidad de fans, porque son los más apasionados y llegan a adoptar conductas sofisticadas. Teniendo en cuenta estas características, los investigadores se dedicaron a analizar esas prácticas expertas para luego proponerlas a todos los alumnos.
El especialista en Didáctica de la Lengua explica que hoy existe una gran nube digital que flota permanentemente en el aula y dentro de ésta, distintos artefactos que abren múltiples posibilidades de investigación y de trabajo. Por un lado, está el aprendizaje en contextos formales, con un currículum, un docente, materiales y actividades presenciales, cuyo objetivo principal es aprender y que se da esencialmente en la época escolar. Actualmente, toda actividad presencial tiene también algo “en línea”, por lo que se considera que hay una enseñanza mixta, siendo Moodle el sistema más extendido en el entorno virtual de aprendizaje.
Por otro lado está el aprendizaje informal, cuya meta principal no es instruirse aunque se termine logrando igual ese objetivo. Aquí hay un entorno personal de aprendizaje formado por el conjunto de vínculos que se utilizan para mantenerse actualizado e informado, como las redes sociales. “Lo primero que hacen los aprendices en el aula es crear un grupo de whatsapp para intercambiar información y ayudarse”, dice a modo de ejemplo.
A esto se suma el contacto con amigos y seguidores como los fandom (conjunto de aficionados a algún pasatiempo, persona o fenómeno en particular) y las producciones audiovisuales que permiten, por ejemplo, aprender idiomas viendo series en Netflix. “Todo esto interactúa”.
El aula de hoy
“El docente hoy tiene una tarea mucho más compleja porque no sólo debe pensar qué va hacer esa semana en clase, sino también armar el material en la plataforma y decidir si quiere formar parte o no del grupo de whatsapp o Facebook”, afirma Cassany, quien hizo un estudio específico sobre el uso de Facebook en una materia.
El análisis lo realizó en un curso de enseñanza de comunicación de primer año de la Universidad española en el año 2015, un momento en el que la mayoría de los estudiantes utilizaban esta red social. Si bien las plataformas de Moddle ofrecen posibilidades de interactuar con los alumnos que están formalmente inscriptos, “ellos no están ahí”, explica y agrega: “Como profesores tenemos que ir donde están los alumnos, entonces, creamos un grupo en Facebook.”
Cassany contó que luego de explicar una teoría durante una clase presencial de tres horas, un alumno le hizo una pregunta técnica en el grupo de la red social. En ese momento, el resto, que eran 90 personas, lo estaban viendo. “Tuve que armar una pequeña explicación dentro de lo que el sistema de interacción de Facebook permite. Finalmente, los alumnos dijeron que ese post les había ayudado mucho”, cuenta el profesor.
Siguiendo con el relato, otra alumna pidió que alguien le explique en privado y en detalle la “teoría de la relevancia” porque no la entendía y la necesitaba para terminar la práctica. Ochenta personas vieron la pregunta y estaban esperando que el docente responda. “Le contesté que no era algo que se pueda explicar en un post, que haga preguntas concretas, que concurra a la tutoría y lea las preguntas previas que hicieron otros compañeros con las respuestas que el profesor y otros alumnos formularon, o sea, que trabaje”. A lo que la alumna respondió: “Si se puede explicar en una clase, debería poder explicarse en un mensaje privado.” Finalmente, no concurrió y reprobó.
Con esto, Cassany quiere demostrar que la presuposición de que los alumnos manejan las redes es falsa. Es decir, “las manejan, pero para un tipo de interacción que no necesariamente es académica”.
Por otro lado, el equipo también realizó un estudio sobre grupos de whatsapp de clases y advirtió que es un instrumento muy útil. “Los alumnos se mandan muchos mensajes, la actividad empieza unos días antes de la clase, pidiendo material, pasándose resúmenes y ayudándose entre sí.” Hay un porcentaje menor de mensajes sin sentido y otros en los que se produce el aprendizaje porque un alumno tiene una duda, la formula al grupo, alguien responde y otro ofrece un contexto. “Si bien no son situaciones habituales, demuestran que se puede aprender en un grupo de conversación cuando el requerimiento de un alumno es concreto, está contextualizado y otro puede ayudar”, reflexiona y concluye: “Podemos ver flores y espinas de las redes sociales.”
Asimismo, los investigadores analizaron cómo los jóvenes de Barcelona utilizaban la tecnología lingüística disponible en la web, teniendo en cuenta que en la escuela aprenden cuatro lenguas simultáneamente. Para ello, realizaron entrevistas en profundidad acerca de qué uso de la tecnología hacían cuando tenían que leer y escribir en otro idioma.
De allí surgió que los recursos más utilizados son los plurifuncionales, es decir, no necesariamente los de máxima calidad, pero sí que sean adecuados a las necesidades de lectura, escritura y traducción que cada uno tiene. Y dividieron a los usuarios en dos categorías: básicos y sofisticados. Mientras algunos alumnos buscan un traductor automático, otros eligen sitios específicos luego de evaluarlos y distinguirlos. La máxima sofisticación la encontraron en la revisión.
Se sabe que el traductor automático es una buena opción, pero luego necesita una confirmación. Los usuarios más básicos no la hacen o preguntan a otra persona. En tanto, los más sofisticados desarrollan estrategias autónomas para confirmar si la traducción es la correcta, como por ejemplo utilizar varios traductores, un tercer idioma, retrotraducir el texto a su idioma original o acceder a imágenes de google.
Los profesores también realizaron una etnografía virtual participativa, es decir, estudiaron qué hacían los jóvenes mientras miraban un video, una serie o dibujos animados. El grupo analizado es fan de una serie y se organizan en línea para traducirla y seguirla. Acceder a esta comunidad no es sencillo ya que existe un proceso de ingreso y capacitación, similar al que realiza una empresa.
De las observaciones surgió que los jóvenes no se limitan a una pantalla, dado que mientras ven una película mandan mensajes por móviles. La práctica de mirar una serie incluye también comentarla usando distintas tecnologías que son muy comunes en Japón y posibilitan establecer un diálogo que aparece como un fotograma sobre la imagen.
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Cassany concluye que, en este contexto, el desafío está en acercar los dos mundos: el del aula y el de los alumnos. Considera que la tarea de los docentes cambia en la medida en que se modifican las posibilidades que tienen los estudiantes de aprender. En este sentido, cree que es muy importante conocer quiénes son, ponerlos en contacto con productos culturales que les interesen y proponerles prácticas que se relacionen con sus intereses para vincular de forma estrecha los contextos informales con los formales de aprendizaje.