El auge de las “escrituras de yo” ocurrió en la última mitad del siglo XX, pasados los ‘70, cuando se dio un giro lingüístico y una focalización en la persona. “Surge una idea vanguardista de la persona y simultáneamente se inicia el desarrollo tecnológico que trajo los medios de exposición. Las personas comenzaron a darse cuenta de que podían decir, que tenían un público que las miraba y las escuchaba. Eso marca un punto de inflexión en las ‘escrituras del yo’, porque aparece ese relato de la cotidianidad y la no importancia del nombre ilustre”, explica Ariel Ingas, investigador de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.
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De acuerdo al especialista, en la actualidad los que más se leen en la Argentina son autoras y autores que eligieron este formato para contar, denunciar, decir o visibilizar. Subraya, en esa línea, que se trata de un género “vivo, vigente” y entre las obras locales inscriptas en este género, destaca "Las malas" (Camila Sosa Villada), "Los llanos" (Federico Falco) e "Inundación" (Eugenia Almeida).
“Lo apasionante de las ‘escrituras del yo’ es que la concepción misma del ‘yo’ –como elemento nodal de la escritura y del análisis– va mutando, entonces, la constelación, el universo alrededor de ese elemento también va mutando en miradas, en focalizaciones, en intenciones”, sintetiza el investigador.
La memoria como fuente
La memoria es la fuente de la cual prácticamente la totalidad de quienes escriben autobiografías extraen los hechos sobre los que construirán sus ficciones. Sin embargo, no es un mecanismo que actúe de manera similar en cada caso.
“Cada cual tiene su manera característica de usar esa fuente y de abordar los recuerdos almacenados en ella. Así, los procesos del recuerdo –traer al presente eso que se supone ocurrió en el pasado–, adquiere características propias en cada artista, y eso termina por definir los textos que producen”, explica a Argentina Investiga el autor del estudio.
Para su investigación, Ingas seleccionó los textos de Sylvia Molloy y Héctor Bianciotti. Respecto de los motivos por los cuales eligió sus obras, Inga puntualiza: “Bianciotti siempre me pareció un autor de autoficción de una exquisitez extrema. Su obra numerosa me permitía ahondar en varios aspectos de su vida, porque mayormente ha escrito sobre él, sobre su yo”.
Acerca de Molloy, apunta: “La conocí primero como literaria y por medio de sus ensayos sobre Borges llegué a sus autoficciones y me enamoré de su mirada, de su forma de hacer convivir el discurso ensayístico con la autoficción. Es un planteo de postura sobre qué es el lenguaje academicista, qué es el lenguaje ficcional”.
La elección de los hechos a recordar
En su trabajo, Ingas examinó teóricamente el empleo de la categoría “autobiografema”, una noción definida por la escritora Sylvia Molloy. Alude a unidades recurrentes que podrían transmitir, de manera suficientemente estable, un significado que da continuidad al discurso autobiográfico. Son los hechos que conforman un relato de vida.
Estas categorías han sido estudiadas en tanto unidades de sentido que, a modo de cuentas engarzadas, conforman la totalidad de los textos analizados. En el caso de Molloy y Bianciotti, los autobiografemas son: la infancia, el primer viaje, personajes recurrentes del núcleo familiar, el exilio, el regreso y la escritura.
El marco teórico que encuadra las “escrituras del yo” le permitió al investigador explorar las formas en que la escritora y el escritor seleccionados –por medio de la conformación y la articulación de los autobiografemas constitutivos de sus relatos autoficcionales– se autoconfiguran y proyectan la narración de un derrotero vital.
Según Ingas, los hechos que conforman el relato de vida son configurados de tal modo de convocar el sentido que la tradición cultural o el imaginario social les ha conferido.
“Las narraciones de vida, por lo tanto, cuentan lo que una cultura articula previamente como relato. Es decir, la autora o el autor de la autoficción obedece a un inconsciente mandato cultural y social que la o lo excede por medio de la selección de los autobiografemas o episodios que decide incluir en su narración. A esa decisión voluntaria, aparentemente consciente, sobre lo que se ha decidido incluir o no como serie de sucesos para narrar su historia, se suma ahora la noción de que esas decisiones han sido, de alguna manera, ya tomadas social y culturalmente”, explica Ingas.
Por esta razón, esa producción literaria se torna un entramado que, luego de un proceso de decodificación, permite leer entre líneas las expectativas, los miedos, las pasiones y los diversos sentimientos y sensaciones de una sociedad.
“Cada artista y su texto pasan a ser una especie de lienzo en el que no solo se ven dibujados los hechos que han conformado una vida, sino también –y de manera muy interesante– una reveladora imagen del grupo humano en el que ese texto se materializa”.
La memoria colectiva
En la obra de Sylvia Molloy, el trabajo de Ingas detectó una continua exploración de los mecanismos por los cuales puede recordarse u olvidar. “En sus textos, uno de los aspectos de la memoria es que el recordar es una actividad individual, pero también colectiva”, explica Ingas.
En ese sentido, el investigador destaca “El común olvido”, un texto donde la escritora absorbe las voces de otras y otros sin distancia (es decir, sin comillas, u otro tipo de marca tipográfica), para integrarlas a la construcción de esa primera persona y al proceso de hacer memoria.
“Hablamos de una memoria colectiva en el sentido de varias personas intentando construir un acontecimiento que, justamente por la diversidad de miradas que lo abordan, resultará en la producción de un acontecimiento multidimensional”, cuenta Ingas.
Otro elemento que el investigador de la Facultad de Filosofía y Humanidades identificó en la obra de Molloy es la idea de que aquello que escapa a la memoria (lo que no se recuerda) también puede ser común, producto de la construcción entre varias personas.
“Podríamos decir que la concepción de la autora sobre la memoria supone una esencia inherentemente engañosa y poco confiable. De hecho, en ‘El común olvido’, los recuerdos son cuestionados en todo momento”, explica Ingas.
A diferencia de la noción del recuerdo como un rayo que cae y muestra una escena tal como ocurrió, la memoria está planteada en la novela como actividad, como un trabajo a realizar; la mejor forma de describirlo es el “hacer memoria” de sus personajes.
Ingas explica: “Los recuerdos que no se tienen pueden ser inventados o reinventados. La propuesta de Molloy parece ser no perder la batalla frente al mecanismo de recordar, no permanecer vulnerable a sus designios, sino convertirse en personas activas al mando de la memoria”.
La memoria individual
En la autoficción de Bianciotti, en tanto, la memoria cobra otros sentidos. Es un ejercicio del intelecto que en ocasiones muestra una escena completa, con detalles que sorprenden incluso a quien recuerda y, otras veces, ofrece situaciones inconclusas que deberán ser completadas, a la manera de un rompecabezas.
“En este caso, las transformaciones que el paso del tiempo trae aparejadas se tornan en una oportunidad para que la persona que narra, al traer el recuerdo al presente, mejore la escena, la adorne, la complete con elementos importantes hoy en su vida”, cuenta Ingas.
En Bianciotti, el investigador también logra identificar la necesidad de hacer justicia por medio de la intervención de lo que se recuerda. Es una actividad mnémica que viene a reivindicar lo que no se hizo o no se dijo y que, al recordar, organiza escenas y protagonistas con el objeto de ajusticiar lo que se ha percibido como asimétrico, como injusto.
“En línea con la propuesta de Molloy de que la memoria procede de manera arbitraria, en la obra de Bianciotti encontramos instancias en las que se reafirma esa noción. Tanto la escritora como el escritor transmiten la idea de indefensión y vulnerabilidad ante las arbitrariedades de la memoria”, señala Ingas.
Por otra parte, Bianciotti recurre al olvido como una estrategia que posibilita seguir viviendo, obliteraciones necesarias que, lejos de enmarcarse dentro de una carencia, son una forma eficiente de mantenerse emocionalmente saludable.
“La noción es directa y clara. Para el autor, la memoria conforma un espacio similar al infierno, un laberinto en tanto estructura encriptada cuyo ofrecimiento al que recuerda es una inevitable cuota de remordimiento. Si entendemos que el autobiógrafo hace hincapié en la memoria para narrarse, podemos aventurar que el tránsito por sus recuerdos ha obligado a Bianciotti a instalarse en ese infierno”, comenta Ingas.
De recuerdos y de olvidos
“En primer lugar, Molloy y Bianciotti cuestionan la capacidad de recordar. Desde sus miradas, la memoria es producto de un recordar un tiempo en el que se agregan, a ese recuerdo original, construcciones que terminan por erigir una escena que bien puede ser opuesta en sentido y forma a la evocación primera”, dice Ingas.
Las dudas acerca de quién recuerda y si lo que se recuerda realmente será una versión allegada al acontecimiento rememorado están presentes también en ambas obras.
“Sin embargo, en Bianciotti se encuentra una manera de presentar la ausencia de memoria como un rasgo particular del escritor: el olvido en tanto mecanismo necesario para seguir adelante, el cercenamiento de aquello que, si se recuerda, puede dejarnos estancados o no permitirnos el movimiento para seguir”.
“Mientras los personajes de Molloy olvidan a pesar de ellos, los de Bianciotti olvidan para sobrevivir y seguir”, concluye Ingas y cierra: “Todos estos trabajos muestran, en definitiva, que la memoria es anárquica, es elusiva, es engañosa”.
La publicación
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Conformación y articulación de los autobiografemas ‘memoria’ y ‘olvido’ en dos autoficciones argentinas, Revista de Lengua y literatura (2021). Facultad de Humanidades-Universidad Nacional del Comahue.