Buenos Aires, cualquier día hábil anterior a marzo de 2020: colectivos y subtes arrojan al microcentro miles de personas rumbo a trabajos, trámites bancarios, compras y demás diligencias. Hasta que los últimos oficinistas y comerciantes den por terminada la jornada y emprendan el camino inverso, la circulación por esta zona de calles angostas y edificios añosos es constante. Los fines de semana se convierte en territorio de turistas y público de teatro. Las pizzerías estallan. El centro late.
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Fast foward a cualquier día posterior a marzo de 2020. El escenario parece una postal posapocalíptica: calles desérticas, locales cerrados, espectáculos suspendidos, silencio ensordecedor. Las restricciones para circular a causa de la pandemia y la implementación del home office vaciaron el microcentro porteño. Según datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, durante 2020 en la Argentina se cerraron 90.700 locales y un 62% de las pymes de CABA tuvieron que endeudarse para sostenerse.
Si bien la pandemia precipitó las circunstancias, lo cierto es que el área histórica de la Ciudad hace tiempo venía exigiendo una lavada de cara, una nueva manera de pensarla. Hubo, en su época de ebullición, algunas iniciativas para volverla más amigable al caminar, como la semipeatonalización de algunas calles en la zona delimitada por las avenidas Santa Fe, 9 de Julio, de Mayo y Leandro N. Alem. Ahora los desafíos son otros: qué hacer con el tendal de espacios ociosos que quedaron y cómo proyectar el microcentro de cara a la nueva normalidad.
“Las políticas sanitarias dictaminaron que la calle puede esperar –explica a Argentina Investiga Guillermo Tella, arquitecto y doctor en urbanismo, además de director del Laboratorio de Intervenciones Metropolitanas de UFLO Universidad, que estudia esta problemática–, pero en un área tan sensible como la del microcentro, con muy poca población residente, implicó el vaciamiento casi absoluto. Lo que eran servicios, comercios, finanzas, administración, se trasladó a la virtualidad, por lo que residencializar el área central es indispensable. Pero esto no significa convertirla en un barrio dormitorio más, sino incorporar algún tipo de población permanente, para darle vitalidad las 24 horas del día, no sólo durante el horario activo. Hay un stock edilicio que podría ser ocupado como vivienda pública o subsidiada, para distintos niveles de población. También intentan celebrarse acuerdos con universidades internacionales para generar áreas de residencias estudiantiles, con lo cual se lograría un volumen de población que se mueve y consume. Ese sería un camino posible”.
Poblar el microcentro, darle vida más allá del horario administrativo se vuelve, entonces, una necesidad imperiosa. Es un hecho que el trabajo de oficina en forma remota llegó para quedarse, por lo que transformar esos espacios laborales vacantes en residencias permanentes sería una de las claves. “Hay un montón de actividades que transitoriamente exploraron el home office –afirma Tella–, pero que, seducidas por la herramienta, difícilmente vuelvan al trabajo presencial. Entonces, hay grandes superficies de oficinas, sean alquiladas o compradas por las empresas, que no van a volver a ser ocupadas. Ese stock está generando enormes perjuicios, porque las empresas que no pueden sostener económicamente al edificio están reclamando alguna posibilidad de uso residencial. Se está trabajando en el ajuste del marco normativo para permitir esto. Hay un montón de edificios de oficinas vacíos y una demanda de vivienda para sectores medios, parejas jóvenes. Entonces, una salida sería la transformación de ese stock de oficinas en viviendas. Algunas lo permiten más porque tienen baños privados, ingresos que responden a código. En otras es más difícil porque los espacios de conexión vertical o los sanitarios tienen otras características, pero un gran porcentaje permitiría una adaptación al uso residencial”.
Lo deseable, y en esto ya trabajan técnicos del Gobierno de la Ciudad, es que en un futuro no lejano el centro de Buenos Aires sea una zona mixta. Un espacio en el que estos nuevos vecinos convivan con las actividades administrativas que se reactiven luego de la pandemia. El objetivo, según Tella, sería “convertir un área de doce horas en una de veinticuatro”. El especialista cree que en principio sería económico vivir allí, aunque advierte que si el proceso es exitoso, la zona podría gentrificarse e incrementar su valor.
Sin embargo, más allá de estas iniciativas de colonización, los investigadores consideran que el centro no debe perder su carácter justamente central, en pos de conservar su estructura. “Desde los tiempos de la fundación de Buenos Aires, en 1580 –sostiene Tella–, se condensó en unas pocas manzanas un área de centralidad: la plaza mayor, la iglesia mayor, los poderes públicos de gobierno. Han pasado cuatro siglos y esa área sigue ostentando ese nivel de centralidad. El desafío es incorporar viviendas, pero no quitarle centralidad al centro. No sería sano para la Ciudad que pierda ese lugar de distinción. Habría que apuntar a un sistema de centros urbanos y metropolitanos articulados, con parte de la centralidad absorbida, como Flores, Palermo o Belgrano, pero también San Miguel, Avellaneda, Morón, donde el área central sea el eje gravitatorio que concentra y distribuye. Las áreas que pierden su centralidad pueden terminar tugurizándose o perdiendo su estado patrimonial”.
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El microcentro está ante una oportunidad histórica de cambio. El tiempo dirá si esas callecitas de Buenos Aires seguirán teniendo ese no sé qué.