En los últimos años, distintos trabajos científicos pusieron en duda las concentraciones de bisfenol A (BPA) consideradas “seguras” para la salud humana. Ante esa evidencia, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, según sus siglas en inglés) del gobierno de Estados Unidos, convocó a un comité de expertos para evaluar la rigurosidad científica de los trabajos publicados en torno al tema. El equipo de profesionales del Laboratorio de Endocrinología y Tumores Hormonodependientes (LETH) de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral, dirigidos por el Dr. Enrique Luque y la Dra. Mónica Muñoz-de-Toro, contribuyó con sus investigaciones, algunas ya comentadas en 2005 en la prestigiosa revista Nature.
Según explica Luque, el Comité se reúne desde 2006 en encuentros públicos, donde se consideró la cantidad de animales experimentados, las dosis aplicadas, las vías de administración, las condiciones de los experimentos y la estadística utilizada, y luego de evaluar y seleccionar una serie de trabajos, el 14 de abril emitió sus conclusiones, confirmando los efectos negativos de la exposición al químico.
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De los más de 1.000 trabajos presentados, fueron seleccionados 247; entre ellos, 6 fueron aportados por el LETH. En base al informe, las cámaras legislativas estadounidenses solicitaron la revisión de las dosis consideradas “seguras” y pidieron la rotulación de los recipientes que contienen BPA. Por su parte, el Ministerio de Salud de Canadá solicitó a su gobierno la prohibición del uso de biberones de plástico que contienen policarbonato. Como corolario, algunas conocidas cadenas comerciales (Wal-Mart, Sears, Toys R Us) retiraron los biberones de sus góndolas y algunos fabricantes se excusaron esgrimiendo que las investigaciones sólo demuestran efectos en animales de laboratorio. En nuestro país, hasta el momento, se desconoce la posición tomada por los organismos de control local.
Perturbación endócrina
En adultos, la exposición a BPA puede no ser perjudicial. Pero el feto durante la gestación y el recién nacido son mucho más sensibles. Esta etapa es crítica para el crecimiento, desarrollo y diferenciación de órganos y tejidos. Por eso, el Ministerio de Salud de Canadá solicitó la prohibición de biberones plásticos, “porque el medio por el cual se alimenta un bebé es la fuente en donde se halla BPA, y hay que evitar la ingesta”, explica Luque.
Cuando irrumpe un perturbador endócrino como el BPA, ocurre una alteración en el mecanismo de señales que puede dejar una marca en el genoma (material genético contenido en las células del organismo). El crecimiento va a continuar sin aparente modificación, sólo habrá cambios muy sutiles pero trascendentales.
“Supongamos que se interrumpe la exposición al perturbador endócrino luego del nacimiento -sigue Luque- pero la marca quedó. Entonces más adelante, en la pubertad, la menopausia, o en algún momento de la vida adulta de la persona, ante un nuevo acomodamiento hormonal, esa información alterada que estaba guardada se manifiesta en una alteración funcional, como un tumor”.
Estos efectos no son inmediatamente palpables, como sí lo es una intoxicación a causa de erupciones volcánicas o la mortandad de peces por emanación de desechos fabriles. Pero las consecuencias en la salud de la población pueden ser de igual o mayor gravedad. Ante estas evidencias, la industria argumenta que los efectos adversos experimentados en animales aún falta comprobarlos en humanos. La respuesta habría que buscarla en lo acontecido con otro compuesto químico: el DES.
Dos veces con la misma piedra
En 1933, un laboratorio inglés dedicado a la síntesis de químicos con acción hormonal, desarrolló el dietilestilbestrol (DES). El DES posee acción estrogénica y la industria farmacéutica lo usó como anabólico para engorde de ganado y en medicina humana. Desde los años ‘40 se lo indicaba a mujeres con amenaza de abortos espontáneos en el primer trimestre de gestación. Al recibir este medicamento, el embarazo no se interrumpía y el bebé nacía en aparente buen estado de salud. No se observaban, en lo inmediato, efectos adversos.
Recién en los años ‘70, un médico clínico que trabajaba en el Hospital Escuela de Harvard (Boston, EEUU) se alarmó ante la inesperada aparición de carcinomas vaginales en mujeres adolescentes. Inquieto, comprobó que la variable constante en estas pacientes era que sus madres habían sido tratadas con DES. El trabajo se publicó y en 1971 se prohibió su uso médico, clasificándolo como “químico que produce cáncer”. Actualmente son miles los “hijos del DES” que visitan los consultorios médicos arrastrando diversas patologías.
Para sumar coincidencias, en el mismo laboratorio donde se elaboró el DES fue sintetizado el BPA (1930). Al BPA se lo usa desde la década del ‘50 en la industria del plástico. Lo que esperan los investigadores es que se aplique el principio de precaución: no esperar a que ocurra con el BPA lo que ocurrió con el DES.
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El informe del Comité de la EPA lo respalda. “Hoy en día la polémica se estableció aunque hace tiempo que lo venimos sugiriendo. Las evidencias que se presentaron deberían ser suficientes para tomar medidas”, culminan Muñoz-de-Toro y Luque.