Entre las muchas estanterías que sacudió la pandemia del COVID-19 está la del universo laboral. Hubo actividades que directamente quedaron paralizadas, emprendimientos que tuvieron que reinventarse, pero sin duda el gran actor que emergió dentro de este contexto fue el Teletrabajo. En nuestro país, una vez declaradas las medidas de aislamiento social de mediados de marzo, una gran cantidad de trabajadores tuvo que trasladar su oficina al hogar, en la mayoría de los casos de la noche a la mañana. Muy pocos estaban preparados para semejante cambio de escenario. Un cimbronazo tanto para empleados como para jefes.
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Roxana Boso es doctora en psicología e investigadora de UFLO Universidad. Se especializó en dinámicas laborales surgidas en los últimos años y dirigió un proyecto –en conjunto con la Universidad Nacional Autónoma de México– centrado en las cooperativas, el cuentapropismo y el trabajo a distancia. Aquella investigación buscaba entender al trabajo más allá de la noción de empleo y conocer la percepción de quienes lo llevaban a cabo.
En la actualidad, la experta encabeza una nueva investigación focalizada en el teletrabajo, donde se retoman algunas conclusiones anteriores adaptadas al contexto de pandemia. “Antes de la cuarentena –explica Boso–, el teletrabajo era algo deseado por muchos por la autonomía, la flexibilidad, y los sentimientos de libertad que les generaban. Se podía ahorrar tiempo y dinero en viaje hasta una oficina. Las mujeres lo veían como una forma de compatibilizar más con la familia: mayor manejo del tiempo, la comodidad de trabajar desde la casa. Con la pandemia se generalizó la experiencia del teletrabajo y muchas de esas vivencias. Desde lo positivo, para algunos implicó también posibilidades de aprender cosas nuevas, ser más creativos”.
Sin embargo, la psicóloga advierte que el aislamiento profundizó algunos aspectos desfavorables en esto de trabajar a distancia. “Antes, el teletrabajo podía ocasionar dificultades para la comunicación directa con los jefes y menos relaciones interpersonales con los compañeros, y conllevó generar estrategias para superar esas dificultades. Ahora, con el sorpresivo pasaje al teletrabajo, se rompen vínculos que eran habituales, se tornan más impersonales y fríos, e incluso algunos desconsiderados. Aparecen sentimientos de soledad, sedentarismo, y extrañar expresiones afectivas como un abrazo o compartir un mate”.
Del mismo modo, en lo estrictamente laboral también se perciben más sombras que luces. “La desconfianza comienza a dominar en los vínculos –detalla Boso–. Hay más presiones de los jefes, excesos de horas de trabajo e hiperconectividad, a la vez de sobrecarga por simultaneidad de roles, trabajar en el mismo ámbito que se comparte con la familia, compartir recursos tecnológicos entre todos sus integrantes. Tensiones que se traducen en dolores musculares, malestares físicos”.
Pese a que quienes ya contaban con experiencia en trabajar desde su casa tuvieron cierta ventaja respecto a aquellos que no, este nuevo escenario dista de ser el ideal. En ese sentido, hay una idea instalada de que los sectores jóvenes, presuntamente más versátiles y adaptados a las nuevas tecnologías, sobrellevaron mejor estos meses. Sin embargo, quedaron inmersos en sobreexigencias, con un desbalance entre la vida personal y el trabajo. “Lo que muchos señalan –aclara la investigadora– es la carga excesiva de horas laborales. No se diferencia lo que es tiempo libre y trabajo. Comentan, por ejemplo, que se espera que respondan un mail fuera del horario de trabajo o durante el fin de semana: si están en la casa, ¿cuál sería el problema?”.
Otra variable que contempla el proyecto es el entorno del teletrabajador. Según los primeros análisis, aquellos que viven acompañados pudieron mantener algún tipo de vínculo social y de algún modo lograron sobrellevar mejor la cuarentena. En cambio, quien vive solo se encontró “muy aislado, con una soledad marcada”. ¿Y qué sucede en el caso de un hogar familiar, cuando en un mismo espacio conviven el trabajo, las tareas domésticas y el cuidado de hijos? Si bien algunas encuestas recientes mostraron un exceso de quehaceres y aumento de cansancio en muchas mujeres consultadas, la investigación deja ver que en esta etapa la sobreexigencia fue compartida. “No solamente las madres –amplía Boso–, sino también los padres tenían a los chicos dando vueltas mientras trabajaban, compartiendo la PC, los espacios para trabajar, y prestando atención a que el hijo se conecte al Zoom de la escuela. Esa múltiple tarea de estar atento a las obligaciones laborales propias pero también estar al tanto de si el hijo hizo la tarea, parece ser un rol asumido de un modo más compartido al interior de algunas familias. Así que, en ese sentido, parece diferir con lo que era antes, donde la mamá era la única o la más afectada”.
Uno de los ejes de análisis que se desprenden de la investigación principal es el de la docencia universitaria y sus estrategias de afrontamiento frente al trabajo virtual en tiempos de COVID-19. Este proyecto derivado –que atraviesa su etapa inicial y es liderado por la psicóloga María Cecilia Solís– se detiene particularmente en lo que sucedió –y aún sucede– en el ciclo lectivo, con docentes que ya tenían experiencia en Educación a distancia y otros que trabajaban de manera puramente presencial desde que empezaron a ejercer, mismas vicisitudes por las que tuvieron que pasar muchos alumnos.
Al igual que en los otros ámbitos laborales, el educativo no fue ajeno a las incertidumbres propias de esta nueva dinámica. El problema mayor, consideran los investigadores, se dio en la pérdida del lazo social que se sostiene en el proceso de enseñanza y aprendizaje, basado en la relación docente-alumno.
Sostiene la directora de la investigación: “Desde las universidades ya se buscaba promover la autodisciplina, la planificación y la preparación para las modalidades del trabajo de hoy, donde el trabajador debe ser autónomo y proactivo. La pandemia llevó todo esto al aula. El alumno tenía que ser disciplinado, organizar sus tiempos para acceder a los materiales y autónomo para llevar la cursada. Si bien en las universidades ya se incentivaba a que los docentes usen las plataformas educativas, costaba mucho que se familiaricen con estas, y de repente, de un día para el otro, tuvieron que habituarse a ellas, al mismo tiempo que los alumnos tenían que acceder para desarrollar la cursada. Eso ocasionó que por momentos los alumnos se sintieran perdidos, sin la seguridad de la presencia de un docente que respondiera a sus inquietudes. En muchos casos fue difícil la generación de ese lazo, produciéndose un quiebre en la confianza y en el reconocimiento mutuo. Entonces, aparece la inseguridad y la desconfianza: el docente se torna mucho más controlador y sobrecarga de actividades al alumno para asegurarse de que estudie. Y esto, en vez de favorecer el estudio generaba angustias, dificultades para responder a las exigencias. Alumnos que en vez de decirle al docente: ‘No estoy pudiendo llegar con lo que pide’, al revés, se encerraban, se sentían frustrados, y algunos de ellos terminaron abandonando los estudios”.
Todo indica que, más allá de sus pros y contras, estas prácticas llegaron para quedarse. En ese caso, dado que la vorágine del COVID-19 provocó que el trabajo a distancia se implementara sin un proceso de adaptación, a futuro deberá haber un proceso de concientización y acompañamiento para capitalizar sus beneficios. “Todos estos cambios –señala Boso– que implican un reacomodamiento llevan aprendizajes. Más allá de que se vuelva a la presencialidad, lo aprendido va a quedar como recurso tanto para el docente como para el alumno. Y así como en el ámbito educativo fue un desafío para los docentes, hubo algunos que aprendieron a instrumentar nuevas estrategias para generar un vínculo con los alumnos y a otros les queda mucho por aprender, esto que hablábamos del lazo pasa también a nivel laboral en los ámbitos empresariales. Los que ocupan un puesto de liderazgo, a veces por temor a que el otro no trabaje, asumen un rol de exceso de control, de exigencias, de hiperconectividad, que, lejos de favorecer un vínculo con el otro, produce su resquebrajamiento”.
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El ya conocido proverbio dice que crisis es oportunidad. ¿Lo han tomado así quienes proveen los recursos laborales? ¿Las empresas pueden sacar rédito de esta situación? Concluye la especialista: “Hay que tener mucho cuidado, porque aquello que por un lado puede ser conveniente, por ejemplo, reducción de costos en alquileres e insumos, puede ser un inconveniente a la hora de pensar en las relaciones interpersonales dentro de la organización. Tanto se pretendía hacer para atender al buen ambiente de trabajo, que hay que tener cuidado con que estas nuevas modalidades no rompan acuerdos ya establecidos. Hay que rescatar el valor humano. Yo creo que la pandemia lo que trajo fue una revalorización del vínculo con el otro. Si dentro del personal jerárquico, líderes, docentes, no se tienen en cuenta estas cuestiones, se puede afectar lo más preciado: las condiciones laborales saludables. Hay que generar ámbitos de trabajo donde se cuide el vínculo con el otro, se lo tenga en cuenta en su singularidad, que sea el cimiento de las prácticas laborales y educativas”.