Consultado por Argentina Investiga, el profesor Yokobori detalla los contenidos de la materia Recursos Marinos que dicta desde hace varios años en la carrera de Biología y las nuevas formas de enseñar en el contexto de la pandemia.
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Cuando enseño Recursos Marinos siempre hago hincapié en que nuestra soberanía termina en el límite de nuestra zona económica exclusiva, en el Mar Argentino. Busco crear conciencia en los alumnos acerca de la importancia de la biodiversidad que nuestro mar alberga, como así también de la abundancia en muchas de sus especies, cuestión que permitió a nuestro país desarrollar importantes pesquerías. Pero, al mismo tiempo, profundizo en las amenazas que sufre el mar, desde la contaminación y el cambio climático hasta la sobrepesca y la pesca ilegal.
Clases tradicionales, teóricas y prácticas, con diapositivas, laboratorios, ejercicios y resolución de problemas, seguramente no alcancen para transmitir la inmensidad que representa un mundo tan diferente al nuestro como es el submarino. Durante la cuarentena, las herramientas de comunicación audiovisuales vía Internet nos permitieron proseguir con nuestras clases habituales, de una manera que hemos dado en llamar ‘virtual’. Pero, a la vez y hasta irónicamente, nos permitió acercarnos a más colegas y especialistas, físicamente más alejados, pero cuya distancia “virtual” resultó ser exactamente igual, o hasta mayor, a la de nuestros colegas y alumnos próximos a nuestro hogar y lugar de trabajo.
El mundo marino es sumamente distinto al terrestre. Por ejemplo, sabemos que la gravedad en el agua se percibe mucho menos que en la tropósfera, nuestro medio natural. Y además no somos buzos por naturaleza, como los mamíferos marinos u otras especies, quienes evolucionaron de tal manera de adaptarse a ese medio. Pero, al mismo tiempo, el submarinismo resulta sustancial para poder observar y documentar la vida en las profundidades. Quienes hemos buceado sabemos bien que documentar la naturaleza marina es una tarea doblemente desafiante: por un lado, desplazarse sutil y ágilmente controlando los equipos de buceo y fotográfico, pero, al mismo tiempo, aplicar las técnicas de fotografía y filmación apropiadas, en el momento y el lugar justos para efectuar la toma. Por todo ello, me pareció oportuno contar con la participación en mis clases de algún especialista en este trabajo tan apasionante.
El destino me puso en contacto con Mariano Rodríguez, buzo y fotógrafo de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, quien gentilmente accedió a la propuesta. Fue así como, durante la charla con los alumnos, nos transmitió toda su pasión y experiencia, acompañando cada escena fílmica compartida, no sólo con la descripción de las especies involucradas, sino también con enriquecedoras anécdotas que sólo el autor pudiese conocer. Un material sumamente valioso, recibido de primera mano, que constató claramente la enorme biodiversidad que habita en nuestro mar, y que nos urge a comprometernos en el afán por conservar.
Pero no todo lo observado en el mar nos resulta reconfortante. Y es que la contaminación que hemos generado, a lo largo de décadas o siglos, es dispersada por el movimiento de las aguas a través de mareas, oleajes y corrientes marinas, alcanzando así lugares recónditos del planeta. Materiales como plásticos, cuya biodegradación es excesivamente lenta comparada con una vida humana, terminan convirtiéndose en una amenaza para la vida de muchas especies en el mar. Más aun, su degradación física resulta relativamente rápida, convirtiéndose así en partículas más pequeñas (microplásticos y nanoplásticos) las cuales representan otros tipos de amenaza, tanto o más graves, como el de ser vectores de otros polutantes, ya que alcanzan los tractos digestivos de muchas especies. En la ictiofauna del Río de la Plata, hemos confirmado la ocurrencia de estos contaminantes en nuestras investigaciones, como en las de otros colegas.
Pero las amenazas antropogénicas no se limitan sólo a la contaminación. La sobrepesca y la pesca ilegal son también desafíos a los que se enfrenta la humanidad y la biodiversidad marina. Males que combinan ignorancia y avaricia y que, en última instancia, atentan contra la seguridad alimentaria por amenazar la sustentabilidad de los recursos. Por todo ello, decidí invitar a dos especialistas para profundizar estos temas.
El licenciado Gabriel Blanco, quien se desempeñó hasta hace poco tiempo como jefe del Programa de Observadores a Bordo del Instituto Nacional de Desarrollo Pesquero (INIDEP), explicó el funcionamiento y los alcances de la división responsable de monitorear los niveles de captura en los buques pesqueros. La doctora Stella Williams, de la Obafemi Awolowo University, Osun State, Nigeria, explicó la difícil situación de sobrepesca y/o pesca ilegal que acontece en países del Golfo de Guinea y alrededores, en el océano Atlántico.
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Resulta esperanzador que las nuevas generaciones se expresen muy preocupadas por todos estos temas. En una encuesta realizada en la última clase, la totalidad de los participantes manifestaron que resultaron enriquecedoras las entrevistas y casi un 90% que efectuaron aportes originales a la materia. En definitiva, la cuarentena nos permitió llegar más fácilmente a quienes siempre quisimos invitar, pero la inercia de las clases tradicionales no nos permitía. A nivel de docencia universitaria, si hemos de sacar un resultado positivo de esta histórica fase que nos toca transitar, esta puede ser una de las enseñanzas que considero esencial conservar en un futuro.