La reconocida abogada Graciana Peñafort disertó en el Congreso Nacional e Internacional sobre Democracia, que se llevó a cabo en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario y reflexionó acerca de las implicancias que tienen los discursos de odio en nuestro panorama actual.
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En los últimos años, los discursos de odio han sido objeto de un creciente debate y preocupación en todo el mundo. Estos discursos, que se caracterizan por promover la discriminación, la hostilidad y la violencia contra individuos o grupos en función a su género, religión, ideología política, orientación sexual o cualquier otra característica, tienen un impacto negativo en la sociedad.
Aunque la libertad de expresión es un derecho fundamental, el discurso de odio no está protegido por este derecho, ya que puede tener consecuencias graves en términos de derechos humanos y seguridad.
Peñafort señaló que es importante tener en claro lo que se entiende por sistema democrático. “La democracia es una forma de toma de decisiones en la esfera pública que parte de algunas premisas, entre las cuales podemos destacar que cada miembro de ella tiene un voto y lo hace una persona significativa dentro del sistema”, y agregó: “Los discursos de odio constituyen una de las problemáticas que tienen las democracias modernas. Los sistemas actuales son bastante más complejos que lo que dicta la teoría; este sentimiento asociativo se viene rompiendo por una sencilla razón: a medida que se hacen más complejas las relaciones en el mundo empiezan a existir intereses contrapuestos”.
La profesional –oriunda de Mendoza– subrayó que estos intereses contrapuestos tienen una característica que los identifica: muchas veces son innegociables. “Creo que el fracaso de algunas gestiones, que tienden a buscar el diálogo y el consenso, se vincula a que las personas que están discutiendo los temas en cuestión están en posiciones muy contrapuestas que les impiden cualquier aproximación. Hay un ejemplo que es muy claro: si se le pregunta a una figura del oficialismo y a una de la oposición qué idea tienen del bien común, la respuesta va a ser muy distinta, por lo que el diálogo desde el vamos va a ser dificultoso. Esto genera un verdadero problema para la democracia, porque esta requiere un diálogo y una sensación asociativa, y está completamente rota”.
La proliferación de los discursos de odio es, en palabras de Peñafort, una “tragedia de la democracia”. La especialista ponderó que una cosa es el fracaso del diálogo por conflictos de intereses y otra muy distinta son estos discursos que tienen como objetivo promover y alimentar una opinión prejuiciosa, estigmatizante y destructiva. “Es un paso más allá, porque los discursos de odio toman un prejuicio que existe. El Nazismo, un ejemplo paradigmático del discurso de odio, nace de un prejuicio que ya existía en la Alemania antes de Hitler: el antisemitismo. Lo único que se hace es tomar una categoría que ya existe en la conciencia de las personas, se la alimenta, se la exacerba, y luego genera un colectivo identificado con esta. Se convierte en un ‘ellos o nosotros’”.
Es así que no sólo existe una estigmatización, sino que la sociedad está dispuesta a admitir violencias contra esos sectores. “Esta posibilidad de legitimar las violencias contra este sector que es señalado por otro genera una situación de diálogo nulo. Al hacer imposible el diálogo, se va rompiendo el tejido social. Estas categorías se vuelven irreconciliables: no puedo hablar con el otro porque lo odio”.
Peñafort recordó que con la vuelta de la democracia, en 1983, volvieron una serie de consensos básicos, como por ejemplo que las Fuerzas Armadas no iban a interferir en la seguridad interior. “En ese momento había una esperanza democrática que hizo posible que sectores democráticos con intereses contrapuestos pudieran llegar a acuerdos, determinando principios básicos de poder. Han pasado casi 40 años y estos consensos se han deteriorado: se discute en algunos sectores si las Fuerzas Armadas tienen que intervenir en materia de seguridad”, explicó y agregó: “No todos los argentinos estaban a favor de las políticas de verdad, memoria y justicia, pero muchos no se animaban a decirlo porque eso hacía que obtuvieran una sanción social. En algún punto, la imposibilidad de construir los diálogos democráticos también ha roto esta suerte de hipocresía democrática y hoy tenemos personas que no tienen ningún empacho en hablar en contra de estas políticas. Pasamos de vestir de una suerte de héroes de la patria a las madres y abuelas a tener todos los 24 de marzo a los negacionistas del Golpe Cívico Militar de 1976. Una cosa es no llegar a un acuerdo sobre el número de los desaparecidos y otra cosa, bastante distinta, es suponer que los desaparecidos no tenían derechos por el simple hecho de ser considerados subversivos”.
Por eso, la abogada fue clara en destacar que cuando se pierden las categorías de cuidado y de cosas que no deben volver a pasar se están perdiendo vínculos democráticos. “Creo que las nuevas formas de representación de las democracias modernas están rompiendo esos acuerdos básicos, legitimando muchas veces que haya personas que no tengan acceso a sus derechos. Esta ruptura empieza a generar formas de justificación: los prejuicios. Y estos se representan en los discursos de odio”.
Cuestionar y cuestionarse para poder dejar de lado el odio
A los discursos de odio los incorporamos casi sin darnos cuenta y los volvemos parte de nuestro cotidiano. “Lo primero que hay que hacer es identificarlos porque sino es imposible combatirlos. Es importante que los medios de comunicación cumplan un rol fundamental en este proceso, porque hoy por hoy son los grandes difusores de este tipo de discursos, no porque quieran sino porque venden. Y en un mundo capitalista, eso es lo que cuenta”, expuso.
Además, Peñafort consideró que es fundamental no difundir los discursos de odio porque lo único que generamos con eso es la producción de más violencia. “Pienso que hay veces que a un artista se lo termina dejando de lado por su ideología política, y me parece que no es justo”.
La abogada ratificó que, habiendo cuestionado y puesto bajo la lupa los prejuicios propios, es necesario repensar qué hacemos con los discursos de odio. “Suelo ser muy crítica de las soluciones abolicionistas. Yo no creo que la censura sea la mejor forma de combatirlos, pero siento que la manera de ganarles es ponerlos en crisis. Esto lleva esfuerzo, paciencia, y más de un dolor de cabeza, pero es necesario para romper con su proliferación”.
Por último, recordó la histórica rivalidad entre Braden y Perón, y consideró que “muy poco ha cambiado a pesar de todos los años que pasaron en el medio”. Por eso, la única oportunidad de poder salir de ese esquema es “construir diálogos democráticos en los cuales todo se pueda discutir, cuestionar y, sobre todo, donde no haya espacios para el odio”.
De esta manera dejó algunos interrogantes que es importante plantear para el crecimiento de la democracia argentina. “¿Cómo vamos a construir una democracia sana con semejantes niveles de desigualdad? Esos valores a la larga son incompatibles con la democracia, entonces, repensar la distribución de los recursos, a mi entender, es repensar la democracia porque la desigualdad genera mucho odio y violencia. Y si no cuestionamos la desigualdad nunca vamos a ganarle al odio”, y añadió: “Hay que volver a construir un mínimo de consensos básicos para que volvamos a vivir honestamente, dar a cada uno su derecho, y no dañar al otro”.
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En resumen, los discursos de odio representan una amenaza real para la cohesión social y la convivencia pacífica. A pesar de los esfuerzos por combatirlos, todavía hay mucho por hacer. Es importante fomentar el diálogo y la educación sobre la diversidad y el respeto a los derechos humanos. “Como individuos y como sociedad, debemos trabajar juntos para crear un mundo en el que el odio y la intolerancia no tengan cabida, y donde todas las personas puedan vivir con dignidad y respeto”, concluyó Peñafort.