El verano viene asociado con altas temperaturas y ese calor, con la pileta. Pero chapotear en el agua no sólo es frescura y diversión, ya que también suele haber algunos “hospederos” indeseables como las bacterias y los parásitos.
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Por eso el agua de cualquier pileta (pública o privada) debe tener cloro. Lo que ocurre es que, por ejemplo, si vamos a un balneario o club no sabemos en qué concentración lo tiene, si es que lo tiene. “Consideremos que el día que asistimos tiene cloro en cantidad suficiente: no existiría ningún riesgo de contagiarnos bacterias”, explica a Argentina Investiga Elena Spadoni, bromatóloga de la Facultad de Ciencias Agrarias. “Sin embargo -agrega-, ciertos parásitos, como Giardia y Cryptosporidium, son resistentes al cloro y provocan la mitad de los casos de gastroenteritis en Argentina por ingestión involuntaria de agua mientras se hace uso de una piscina”.
Se estima que el 60% de los casos de giardasis ocurridos en Estados Unidos ha sido transmitido vía hídrica. “Las aguas sometidas a cloración como único tratamiento no pueden ser consideradas microbiológicamente puras ante la ausencia de bacterias, ya que podrían contener y transmitir parásitos protozoos resistentes a tratamientos de desinfección, lo cual podría incrementarse durante la época estival por el aumento de la temperatura ambiental y de las precipitaciones pluviales”, analiza Spadoni.
Estudios realizados en Oregon, Estados Unidos, permitieron elaborar un manual de entrenamiento de operadores para piletas de uso público, en el cual se especifican dosis y tratamiento después de colocar el cloro para lograr una eficiente eliminación de agentes biológicos como Crystosporidium y Giardia, indicándose, también, el tiempo que tiene que estar en contacto el cloro para eliminar de manera correcta los parásitos mencionados.
En España, en tanto, algunas empresas privadas confeccionaron un manual de mantenimiento de piletas en el que no sólo describen los problemas biológicos (parásitos, bacterias y virus), sino que incorporan detalles acerca de la construcción de las piletas, con el fin de evitar patologías en los usuarios.
Los parásitos mencionados no son los únicos asociados al uso recreativo del agua. “Existen otros como Schistosomas, Naegleria y Microsporidios, que poseen semejanzas en el mecanismo de transmisión, el cual se lleva a cabo mediante la ingestión accidental de agua contaminada con heces de personas parasitadas mientras se está dentro de una pileta, lago, río, spa, etc.”, explica Spadoni. Y agrega: “Luego las formas de desarrollo del parásito colonizan el intestino produciendo, en general, diarreas acuosas, fiebre, calambres estomacales, síntomas de mala absorción (intolerancia a la lactosa, por ejemplo) y en algunos casos graves se ha descripto artritis. Las personas inmunocomprometidas (trasplantados, enfermos de SIDA, niños, embarazadas, ancianos, etc.) son las más susceptibles y presentan las formas más graves de las parasitosis”.
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Estos parásitos son muy resistentes a las dosis de cloro y traspasan los filtros que se utilizan convencionalmente en las piletas. Y si bien existen reglamentaciones para agua respecto de bacterias, no ocurre lo mismo para parásitos. Por este motivo, Spadoni y otros investigadores de Ciencias Agrarias presentaron un proyecto junto con la secretaría de Ciencia, Técnica y Posgrado de la UNCuyo para evaluar el estado de las piscinas y, de acuerdo con ello, “elaborar un plan de prevención y control para todo lo concerniente al funcionamiento y uso de este tipo de aguas recreacionales, plan que se extenderá a los ámbitos municipal y provincial”, aseguró la bromatóloga.