Los espacios verdes públicos representan uno de los principales articuladores de la vida social de las ciudades. Son lugares de encuentro, de integración y de intercambio, además de enriquecer el paisaje urbano. Asimismo, también contribuyen en la regulación hídrica y en la reducción del impacto de la ciudad construida sobre el medio ambiente. Y pueden ofrecer un ecosistema urbano apropiado para la conservación de la biodiversidad.
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Planificar un óptimo diseño y distribución de estos espacios es uno de los objetivos del Laboratorio de Ecología de Bordes (LEB) de UFLO Universidad. En 2022, su proyecto “Redes de biotopos urbanos. Factores de accesibilidad, servicios ecosistémicos y uso del suelo en espacios verdes patagónicos” fue uno de los seis ganadores del concurso Datos Abiertos y Ciudades Verdes, impulsado por la Fundación Bunge & Born, que tuvo como objetivo diagnosticar el estado de los espacios verdes públicos y proponer estrategias de mejora a nivel local.
Como continuación de aquella iniciativa, donde se trabajó con un sistema de información geográfica basado en variables de accesibilidad, uso del suelo y atributos ecológicos, el equipo del LEB se encuentra ahora abocado al proyecto “Bases para el desarrollo de un indicador de sustentabilidad de la infraestructura verde urbana”. El estudio participó de la convocatoria para presentación de Proyectos de Investigación Científica y Tecnológica (PICT), lanzada en 2021 por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i), dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
Argentina Investiga dialogó con Leonardo Datri, doctor en Biología y director del LEB, y Luciano Boyero, doctor en ciencias agropecuarias y también integrante del laboratorio, sobre el hilo conductor entre ambas investigaciones y sus posibles proyecciones. Si bien los especialistas realizaron estudios en tres ciudades patagónicas (Neuquén, Plottier y Cipolletti), aspiran a que el modelo sea replicable en otras localidades en pos de mejorar su calidad de vida. “Escalar el proyecto”, como ellos mismos dicen.
–En las dos investigaciones trabajaron sobre biotopos. ¿Qué atributos tienen estas áreas?
Leonardo Datri –Un ecosistema puede dividirse en dos partes, la viva y la física. Esta última está constituida por el suelo, el agua, la atmósfera. Y hay una serie de condiciones de la parte física que son muy importantes para la parte viva; por ejemplo, la disponibilidad de agua o la sombra de los árboles, entre otros. Entonces, un biotopo son todas esas condiciones físicas para que pueda desenvolverse la vida organizada o biocenosis. Se puede asimilar a un espacio concreto; por definición tiene una dimensión espacial, que puede comprender la sombra que proyecta un árbol, hasta la superficie determinada de un cuerpo de agua que se quiere analizar. ¿Por qué no hablamos de hábitat? Porque nos estaríamos refiriendo al espacio de una especie particular. En cambio, un biotopo comprende el espacio de un conjunto de especies.
Luciano Boyero –Es decir, dos conjuntos de condiciones abióticas diferentes determinan dos conjuntos de vida distintos. En nuestro proyecto relevamos distintos tipos de condiciones abióticas a escala de paisaje en la región metropolitana de Neuquén, entendiendo que derivan en diferentes tipos de comunidades biológicas que deberían ser la base para diseñar espacios verdes específicos de cada biotopo.
–En el proyecto actual alertan sobre la dispersión urbana. ¿Cómo se da este proceso?
LB –Las ciudades crecen y se expanden, y esa expansión puede darse de manera ordenada, predecible, planificada, o puede darse de una forma fragmentada y dispersa. Entonces, la dispersión urbana es el proceso de crecimiento de las ciudades que se da de forma anárquica a lo largo de todo el paisaje. Es un fenómeno bastante característico de América Latina.
–¿Y cómo es la situación de las ciudades relevadas?
LB –Neuquén, Plottier y Cipolletti comenzaron siendo hace cincuenta o sesenta años tres nodos urbanos independientes y con el correr del tiempo se transformaron en un conglomerado único. Esto ocurrió por la dispersión urbana típica de esta región.
LD –Son condiciones muy particulares que están dadas por la actividad extractiva, por ejemplo. Observamos que en ciudades de Córdoba o Santa Fe las poblaciones decrecen, pero en la Patagonia las tasas poblacionales son muy altas hace décadas.
–¿Qué inconvenientes acarrea esta dispersión?
LB –La cantidad de personas crece de manera muy acelerada, pero así y todo el crecimiento de las ciudades, la transformación del territorio, es más veloz aún. El hecho de que se dé de manera fragmentada es doblemente problemático porque impacta a nivel ambiental y social. Por ejemplo, a medida que van brotando nuevos nodos urbanos aislados en un paisaje típicamente agrícola, se multiplican a su vez sitios donde aparecen fronteras entre la cuestión residencial y la cuestión productiva. Que se encuentren dos formas de habitar tan contrapuestas es un motivo de conflicto. Si uno es productor y tiene una gestión particular del paisaje pero al lado aparece una urbanización, muchas de esas prácticas no van a ser compatibles, por el hecho de tener a alguien viviendo al lado, lo que de algún modo cambia la forma de producir. A su vez, eso hace subir el precio de la tierra y genera nuevos incentivos para la pérdida de superficie productiva. Es como un círculo vicioso.
–¿Qué proponen para revertir esta situación?
LB –Por un lado, a partir de esas problemáticas, proponemos una nueva forma de habitar el territorio que congenie el uso productivo y el uso residencial, contemplando prácticas agroecológicas como la implementación de villas adecuadas para tales fines. Particularmente en los periurbanos, que son las fronteras de crecimiento. Y otra línea del proyecto es involucrarnos en los espacios verdes que ya están en la Ciudad. Mientras que la dispersión urbana y la pérdida del suelo productivo son características de las ciudades mencionadas, tanto Aluminé, Junín de los Andes y Zapala comparten la necesidad de pensar los espacios verdes urbanos de manera más sustentable.
LD –Nosotros apuntamos a que nuestro proyecto pueda replicarse en otras ciudades. Las ciudades del mundo emplean unos índices llamados FOS (Factor de Ocupación del Suelo) y FOT (Factor de Ocupación Total), que determinan cuánto suelo puede ocuparse y cuántas posibilidades de extenderse tiene en altura una construcción. Nuestro modelo, en cambio, plantea cuánto verde y su biotopo debe quedar disponible y se necesita para densificar una parte o toda la matriz urbana. Hay una meta y es que nuestra visión de cómo diseñar y planificar espacios verdes y su entorno pueda ser escalable para que el diseño de un espacio verde forme parte también del planeamiento urbano.
–¿Cuál es la metodología para realizar estos análisis?
LD –La palabra clave es innovar, porque estamos trabajando con un gran volumen de datos. Al recabar mucha información podremos caracterizar el paisaje donde vamos a intervenir. Esto implica manejar bases de datos espaciales y algoritmos que nos permitan hacer interacciones entre distintos datos y así obtener la información que necesitamos para la toma de decisiones, en coordinación con la demanda cultural. En el proyecto anterior utilizamos el SIG, que es un Sistema de Información Geográfica, donde referenciamos más de cuatrocientos espacios verdes, de los cuales relevamos más de doscientos en el campo. Toda esa información hay que combinarla para obtener un producto, que es un mapa de una mejor localización, una mejor distribución y una óptima dimensión y diseño de los espacios verdes. Ahora entramos en otra fase donde hay que calibrar un pequeño modelo matemático que confeccionamos en base a la hidrología del lugar para que pueda ser replicable en otros lugares. Por eso elegimos lugares con mínimas variaciones en relación a los sitios de referencia que hemos empleado.
LB –El punto de contacto entre los dos ejes del proyecto, el de espacios verdes y el de usos del suelo mixtos, tiene que ver con pensar los espacios verdes en una escala metropolitana. No solamente los ya existentes, sino también los que se encuentran en esa frontera de crecimiento de la ciudad, que es lo que llamamos periurbano, es decir, el territorio donde se encuentran lo urbano y lo rural. Ahí es donde estamos proponiendo la instalación de villas agroecológicas, que unen lo productivo y lo residencial.
AI –¿Qué características tiene una villa agroecológica y cuál es su potencial?
LB –Las chacras que salieron del circuito productivo del Alto Valle y que hoy están en abandono, están a punto de transformarse en urbanas y nosotros vemos eso como una problemática. De modo que planteamos un diseño donde se incorpora, en una porción menor, un parcelamiento donde se pueda vivir. Pero esos nuevos habitantes rurales no son chacareros aislados, sino que se trataría de gente residiendo en comunidad y compartiendo intereses. Están implicados de diferentes maneras en hacer funcionar esa otra proporción que es la parte productiva y natural de la villa. Es un proceso de diseño al que estamos dándole forma. Por ejemplo, hicimos una presentación en la localidad de Contralmirante Cordero, en Río Negro, que terminó derivando en una ordenanza municipal que contempla la creación de este tipo de villas.
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LD –También se están generando áreas protegidas rurales y urbanas y nos han convocado para tareas de preservación y restauración de ese tipo de espacios. Queremos que nuestras investigaciones tengan impacto en la comunidad.