“Inhibidores de la colinesterasa: drogas en busca de una enfermedad” es la traducción del título de un artículo publicado en “PLoS Medicine”, en 2006. Ésta última es una revista médica que cubre el espectro global de la medicina y que edita una organización sin fines de lucro, por lo que sus contenidos son de libre acceso. El doctor Roberto Yunes analiza el contenido de este artículo cuyo objeto es indagar en la credibilidad de los Ensayos Clínicos Aleatorios.
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Por éstos se entiende que se estudian pacientes asignados al azar, a uno u otro de los grupos que comprenden el estudio: aquellos que recibirán el tratamiento estándar y aquellos que recibirán el nuevo tratamiento, entre otras posibles combinaciones. Idealmente, tanto el médico que prescribe y evalúa al paciente como el paciente mismo, deberían ignorar qué tratamiento están prescribiendo y recibiendo, respectivamente, para evitar sesgos de cualquier tipo.
En estas condiciones, señala a InfoUniversidades el doctor Yunes, todo efecto terapéutico o adverso podría adjudicarse con algún margen de seguridad al medicamento en cuestión y no a variables aleatorias no controladas. Idealmente, dice, ya que no siempre es sencillo contar con una población de pacientes homogénea que permita distribuirlos en forma aleatoria. En general, se trata de personas que reciben uno o más tratamientos por otras condiciones, que varían en sexo y edad, condiciones sociales o culturales, entre otras. No resulta menos preocupante que pacientes sometidos a estudios clínicos patrocinados suelan recibir más y mejores cuidados que pacientes estándar, de un hospital cualquiera.
Todas y cada una de estas razones, más unas cuantas que no se mencionan -explica el investigador- conspiran en relación a la credibilidad del estudio. No obstante, existe una tendencia creciente a expandir el ámbito de aplicación original de fármacos a otros ámbitos que resultan potencialmente interesantes -y/o rentables- en términos de las empresas farmacéuticas. Un caso paradigmático se discute más extensamente en el artículo mencionado, en el que se habla de inhibidores de colinesterasa (IC) como drogas en busca de una enfermedad.
Casi todo el mundo sabe que la primera enfermedad neurodegenerativa es la demencia de Alzheimer. Tampoco se ignora que es una enfermedad que afecta a los habitantes del mundo desarrollado (en el tercer mundo se tiene la mala costumbre de no llegar vivo a la edad de padecer demencias: se muere mucho antes por enfermedades virales, bacterianas o parasitarias). Puestas las cosas en estos términos, no resulta extraño el gran interés de las empresas farmacéuticas por un grupo etario creciente -ancianos- con requerimientos en aumento relativos a una patología vinculada a la edad.
Casos paradigmáticos de estos medicamentos son los IC, tales como el donepezilo, Rivastigmina y Galantamina. Todos ellos tienen en común la capacidad de aumentar la cantidad disponible de Acetilcolina en diversas regiones del cerebro al inhibir reversiblemente la Hidrolizar al neurotransmisor acetilcolina. En los glóbulos rojos constituye un antígeno celular llamado Yt.">acetilcolinesterasa, enzima encargada de hidrolizar acetilcolina. A partir de este aumento, se observaría una mejoría moderada en algunos trastornos cognitivos de la enfermedad de Alzheimer. No obstante, los datos relativos a la demencia de Alzheimer son en sí mismos poco concluyentes.
Durante más de una década se extendió el uso de estos medicamentos, en el marco de Ensayos Clínicos Aleatorios, a otros trastornos cognitivos, entre ellos, los déficits cognitivos presentes en la enfermedad de Parkinson. Así, los resultados -si ya eran poco concluyentes con respecto al Alzheimer- lo son aún menos para sus pretendidas nuevas aplicaciones.
El punto que aquí se plantea es la improbable situación de que no se buscan fármacos para enfermedades particulares, sino que se examinan cuál o cuáles de los fármacos existentes son candidatos para enfermedades en las que no se había pensado originalmente.
De pensar amablemente, indica Yunes, se trata de una mera estrategia adicional para abordar el siempre creciente complejo ámbito de las enfermedades que aquejan a nuestra sociedad. No obstante, si se piensa con criterio, resulta cuando menos preocupante esta tendencia en aumento en un mercado farmacéutico que padece de la ausencia de verdaderos “hits” farmacológicos desde hace ya años.
Un buen ejemplo es la gran cantidad de controvertida información del sitio conocido como “Drug Industry Document Archive” (DIDA), alojado en el sitio web http://dida.library.ucsf.edu/documents.jsp, de la Universidad de California en San Francisco, que contiene documentos y recursos relacionados con investigaciones clínicas, publicación de resultados, precio, mercadeo y relaciones con médicos involucrados en educación médica continua. Información que, en su mayoría, ha sido obtenida a partir de la gran cantidad de juicios realizados por diferentes demandantes contra compañías farmacéuticas.
Para un mercado que suele manejar presupuestos más grandes que los de muchas naciones del mundo -concluye Yunes-, se puede pensar como la reina roja de “Alicia”, la historia de Lewis-Carroll, que hace falta correr mucho para seguir estando en el mismo lugar. Cuando correr mucho significa debilitar los severos criterios con que deben realizarse ensayos clínicos en seres humanos, creo que debemos detenernos a pensar cuidadosamente el problema. Y hoy parece un buen momento para hacerlo.
Fugh-Berman AJ (2010) The Haunting of Medical Journals: How Ghostwriting Sold ‘‘HRT’’. PLoSMed 7(9): e1000335. doi:10.1371/journal.pmed.1000335.
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Maggini M, Vanacore N, Raschetti R (2006). Cholinesterase inhibitors: Drugs looking for a disease? PLoS Med 3(4): e140.