Radiografías dorsales de los miembros posteriores de Leptodactylus mystacinus, mostrando la extremidad posterior normal (A) y anormal (B).
Nuevamente se disparó el acalorado debate sobre los agroquímicos, en especial el glifosato, y sus efectos en la salud humana. La difusión de informes que relacionan la actividad rural con una mayor incidencia de cánceres y malformaciones; la disputa que incluye tanto la legislación vigente como su efectivo cumplimiento, o no; sumado al fantasma del dengue y la demanda social de fumigar para controlar la enfermedad son todos factores que contribuyen a que hoy los plaguicidas estén en el ojo de la tormenta.
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En este sentido, investigadores de la Universidad Nacional del Litoral realizan evaluaciones de los efectos provocados en los ecosistemas relativas a la incidencia de agroquímicos tóxicos.
El glifosato es el herbicida que posibilita el modelo de producción sojero actual por su capacidad de eliminar todas las malezas. La pregunta es ¿a qué precio?
Aunque técnicamente es un ácido, se usa comúnmente en forma de sales. Su nombre comercial más conocido es el Roundup, del que existen varias formulaciones que se caracterizan por contener ciertos productos químicos tóxicos que reducen la tensión superficial de los líquidos, favoreciendo su disolución en agua, llamados “surfactantes”. Investigaciones advirtieron que el surfactante POEA causa daño gastrointestinal y al sistema nervioso central, problemas respiratorios y destrucción de glóbulos rojos en humanos. La principal molécula en la degradación del glifosato en ambientes terrestres es el ácido aminometilfosfónico (AMPA), también tóxico.
“Hace ocho años hicimos uno de los primeros estudios en Argentina sobre glifosato, que mostraba las malformaciones que podía producir sobre anfibios anuros -como los sapos y las ranas- y algunos problemas en el sistema branquial, al actuar sobre el esqueleto en formación de estos animales”, detalló a InfoUniversidades el doctor Rafael Lajmanovich, docente e investigador de la UNL y el Conicet.
Además, el glifosato puede contener cierto tipo de compuestos -N-nitroso- que son cancerígenos. También pueden formarse en el ambiente cuando el herbicida se combina con nitratos, que son parte esencial de los abonos. El compuesto químico formaldehído, que disuelto en agua es más conocido como “formol”, también es cancerígeno y resulta producto de la descomposición del glifosato. La agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) encontró que exposiciones a residuos de glifosato en aguas de consumo humano por encima del límite máximo autorizado pueden causar respiración acelerada, congestión pulmonar, daño renal y efectos en el sistema reproductivo humano.
Las investigaciones también analizaron los efectos de insecticidas de uso muy difundido en Argentina como la cipermetrina, que es de amplio espectro. Entre otras aplicaciones se emplea para controlar moscas y produce efectos tóxicos en mamíferos y el endosulfán, un organoclorado que fue prohibido en más de 50 países por su toxicidad. “Los anfibios expuestos a estas sustancias sufrieron apoptosis, es decir, muerte de células nerviosas, y daños en el material genético -genotoxicidad- en células sanguíneas, respectivamente”, indicó el investigador.
Algunos compuestos con fósforo también son investigados en el Laboratorio de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas (FBCB-UNL). “Estamos trabajando con algunas enzimas que son indicadoras y cuantifican la exposición a agroquímicos fosforados. En este caso estamos hallando distintas evidencias a nivel de campo, porque encontramos animales cuyas enzimas están inhibidas. Esto indicaría que pueden estar potencialmente expuestos a plaguicidas fosforados”, continuó.
Dentro de esta misma línea de trabajo, que surgió hace unos 15 años, los expertos reúnen información referida a malformaciones en ecosistemas agrícolas con el fin de publicar una recopilación al respecto, que se convertiría en la primera en Sudamérica.
Monitoreo ambiental
Los anfibios son indicadores ambientales muy sensibles, que están expuestos a diferentes tipos de sustancias. “Son animales que están en riesgo ecológico, lo que quiere decir que tienen alta probabilidad de ponerse en contacto con sustancias químicas porque habitan en pequeños cuerpos de agua asociados o inmersos en sistemas agrícolas”, señaló Lajmanovich. A su vez, el investigador aclaró que el trabajo no se trata sólo de evaluar el efecto que se puede llegar a obtener desde un ensayo de laboratorio, sino que después "hay que tratar de buscar un correlato de ese efecto supuesto que uno logra en el laboratorio con una situación real a campo, eso es mucho más difícil”.
Lo que se encuentra en el trabajo de campo es algún tipo de evidencia, pero es muy difícil relacionarla con un efecto de un agroquímico en particular. “Lo que uno hace en el laboratorio es una simulación, para poder tener un modelo de estudio de cuál sería el efecto que se produce”, aclaró.
En el ambiente hay una conjunción tanto de compuestos como de factores ambientales -como puede ser el pH, distintos niveles de nitrógeno y otros- que hacen al ecosistema en su conjunto. “Es aventurado extrapolar ensayos de laboratorio a situaciones reales de campo. Pero sí se debe, luego, interpretar cuáles son las tendencias, tanto poblacionales como de la comunidad en su conjunto”, afirmó.
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Los trabajos tuvieron lugar en la Escuela Superior de Sanidad de la UNL, el Instituto Nacional de Limnología (INALI) y la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). El doctor Lajmanovich dirigió el grupo de investigadores de la UNL. Mientras que de la UNER participaron el doctor Víctor Casco y la doctora Fernanda Izaguirre.