Suele pensarse a la ciencia y a las religiones como dos dimensiones que jamás se intersectan. A priori, mientras la primera apela a un método bien definido y hunde sus raíces en el imperio de la razón, las segundas estarían más emparentadas con la fuerza de la fe y las emociones. No obstante, aunque se las presente como antagónicas, los individuos, en sus prácticas cotidianas, se encargan de patear el tablero y desarmar cualquier esquema prefigurado.
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Desde la perspectiva de las investigadoras, el terreno de la salud parece ser uno de los más fructíferos para analizar los cruces entre lo científico y lo místico. En sus prácticas, los mismos pacientes que siguen al pie de la letra las instrucciones de algún médico para curarse de una enfermedad, rezan oraciones específicas con el propósito de no ser abandonados por su dios. Lo que aún significa más: las mixturas no sólo se identifican en los pacientes, sino también se detectan entre los profesionales de la salud. Es que las personas son así: científicas y mágicas al mismo tiempo. En esta nota, Ana Olmos, Gabriela Irrazábal y María Martini, investigadoras de las universidades de Avellaneda (UNDAV), Arturo Jauretche (UNAJ) y Moreno (UNM), respectivamente, comparten con Argentina Investiga sus perspectivas al respecto.
Las razones de la fe
Ana Olmos es doctora en Antropología Social e investigadora de la UNDAV. Desde esa casa de estudios, explora el campo de las religiones en relación al proceso de toma de decisiones durante la atención médica. “La medicina, a priori, se define por su pertenencia al mundo científico y se basa en un método en torno al cual constituye su legitimidad histórica. En cambio, las creencias religiosas y espirituales marchan más hacia la fe, la intuición y la emoción”, explica.
En esta línea, aunque suele pensarse que en la atención sanitaria ciencia y religión no conviven, en realidad, se cruzan más de lo que se cree. Gabriela Irrazábal, doctora en Ciencias Sociales (UBA) e investigadora de la UNAJ, comenta: “Vemos que en el ámbito de la salud, durante los padecimientos de las diversas enfermedades, es cuando más se percibe la llamada complementariedad terapéutica. Muchas de las personas que realizan quimioterapia para un cáncer asisten a un cura sanador o a rezar a un santuario”. Y agrega: “Algo similar se advierte con los tratamientos reproductivos: además de hacer lo que la ciencia indica en cada caso, mucha gente acude al repertorio de creencias que tiene”.
Ante el temor que genera una enfermedad que se revela irreversible, o bien, ante un miedo profundo que moviliza las emociones de los espíritus más apáticos, muchas personas suelen recurrir al auxilio de fuerzas superiores. Y los médicos, como los pacientes, también son personas. Aunque en general tratan de aplicar la mejor ciencia disponible, se encuentran en situaciones en las que prefieren encomendarse a su fe. “Pareciera como si la dimensión de las creencias sólo fuera de los pacientes, cuando en verdad los médicos también creen. Por caso, sucede durante la objeción de conciencia, cuando los profesionales rechazan la realización de determinadas prácticas en función de que vayan en contra de sus propias creencias”, expresa Olmos. Desde el punto de vista de la investigadora, barnizan esta situación a partir del juramento hipocrático. Un pretexto que, al tiempo que les sirve para oponerse a la realización de determinadas intervenciones, es empleado para ocultar un trasfondo religioso que no están dispuestos a explicitar aunque esté presente.
Agua bendita y tratamientos médicos
La biomedicina constituye el modelo hegemónico y rector al interior del campo de la salud. Su dominio, sin embargo, no implica la anulación total de las prácticas alternativas. “En los espacios religiosos no hay abandono de lo biomédico. En los lugares en que investigo siempre se alienta a una complementariedad. Creer en un dios no equivale a dejar de creer en la medicina. Ningún sacerdote te va a invitar a tomar agua bendita y a abandonar un tratamiento biomédico; siempre se enfatiza lo contrario”, describe Olmos. Y continúa: “El rol de los líderes religiosos durante la pandemia fue clave: a diferencia de lo que se cree, ayudaron muchísimo a la comunidad durante el aislamiento, insistieron en la higiene de manos, promovieron y acompañaron las campañas de vacunación”. Un ejemplo concreto: las Mezquitas Rey Fahd (Palermo) se constituyeron como uno de los grandes centros de vacunación en la Ciudad de Buenos Aires.
El asunto, desde aquí, es cómo tejer espacios de diálogo que sean respetuosos de los derechos de los pacientes. Con el acceso a internet, muchos profesionales se sienten en jaque y no saben cómo actuar frente a personas que comparten aquello que leyeron en internet. Ese conocimiento hereje que proviene de la aldea digital denominada Wikipedia y que, de tanto en tanto, sorprende por su rigurosidad y calibre.
“Así como decimos que las religiones son múltiples, dentro de las ciencias también existe una enorme heterogeneidad”, apunta Olmos. El eje, por este motivo, es cómo construir una percepción de la ciencia que recupere todos estos rasgos. En las investigaciones que Olmos e Irrazábal realizan en conjunto, la noción de ciencia que surge en las personas encuestadas reproduce esa mirada esquemática: el conocimiento científico es un conocimiento sistemático, verificable y, sobre todo, verdadero. “De manera reciente, trabajamos con una encuesta y participaron más de cuatro mil personas. Un 95% respondió reproduciendo la imagen positivista de la ciencia. Al mismo tiempo, cuando chequeamos las definiciones que brinda la Real Academia Española, vemos que las definiciones son muy similares a las que impregnan el sentido común”, destaca Irrazábal.
Antivacunas y discursos del miedo
Otro punto que durante la pandemia cobró especial relevancia fue el de la confianza en las vacunas. Para frenar la propagación del COVID-19, los gobiernos del mundo pusieron en marcha las campañas de vacunación más importantes de la historia moderna. El trabajo de Irrazábal también se estacionó en este punto y comenta: “Una enorme mayoría de las personas quiere vacunarse. Los pocos que no están a favor, por lo general, no brindan argumentos religiosos para no inocularse. Poseen, en cambio, una desconfianza hacia la ciencia en general que, durante esta campaña de inmunización, se traduce en la negación a aplicarse una inyección”.
Los grupos antivacunas en la Argentina constituyen una fracción minoritaria pero ruidosa. Sus discursos del miedo son amplificados por algunos medios que sólo se preocupan por engrosar sus audiencias sin medir las consecuencias. María de los Ángeles Martini, doctora en Epistemología e Historia de la Ciencia (Universidad Nacional de Tres de Febrero) y docente e investigadora de la UNM, sin embargo, invita a relativizar la pregnancia social de sus ideas.
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“Es difícil ver si estamos viviendo un fenómeno particular, si las pseudociencias cada vez empujan con más fuerza, o bien, si es un poco lo mismo de antes. Los límites entre ciencia y no ciencia se trazaron históricamente; el asunto es saber quiénes realizan ese trabajo de demarcación y si se traza desde el campo científico, será bueno indagar qué visión tienen acerca del conocimiento”, plantea.