El herbicida más usado en Argentina es también el más polémico. Y, mientras diferentes estudios sobre los efectos tóxicos del glifosato se discuten en la comunidad científica, investigadores de la UNL abordaron otro problema asociado al pesticida: ¿qué hacer con los bidones a la hora de desecharlos?
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Lo que recomienda la Cámara de Sanidad Vegetal y Fertilizantes (Casafe) es lavar tres veces los recipientes y utilizar el agua de enjuague en el pulverizador. Sin embargo, este protocolo no es una práctica frecuente. De hecho, es común ver en los campos montañas de envases sin ningún tratamiento.
Para evitar la contaminación y los efectos tóxicos que pueden acarrear los restos de pesticidas liberados en el ambiente, los expertos ensayaron alternativas para tratar el agua de lavado. Utilizando agua oxigenada, como la que se usa para desinfectar heridas, y radiación ultravioleta, se puede lograr destruir las sustancias contaminantes. “La ventaja es que, si las cosas están bien hechas y en buenas condiciones experimentales, es posible producir la mineralización completa del contaminante. Es decir, que pasa a formas más simples e inocuas. El resultado de la transformación es agua, dióxido de carbono, algún ácido mineral, es decir, compuestos que existen en la naturaleza”, explicó a InfoUniversidades la doctora Cristina Zalazar, investigadora del Instituto para el Desarrollo de la Industria Química (Intec), de la UNL y el Conicet, y profesora de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH) de la UNL.
Ensayos
Lo que se conoce como agua oxigenada o peróxido de hidrógeno, según explicó Zalazar, al irradiarse con radiación ultravioleta genera un compuesto que es muy oxidante y tiene la capacidad de atacar y destruir las sustancias contaminantes.
La primera etapa del trabajo comenzó en 2007, con la degradación del glifosato puro (principio activo). Así, estudiaron cuáles son las mejores condiciones de concentración de agua oxigenada, radiación y concentración del contaminante para la degradación del herbicida. Además, se analizaron las nuevas sustancias que se forman mientras sucede la reacción química, puesto que, al mismo tiempo que algunas desaparecen, aparecen otras nuevas. “Hay que ser cuidadosos con los intermediarios ya que algunas de las cosas que aparecen pueden ser tan tóxicas o más que el original”, aclaró.
En una nueva etapa, el grupo de estudio amplió la experiencia y, en vez de trabajar exclusivamente con el principio activo del herbicida, el glifosato puro, empezaron a procesar bidones que contenían la fórmula completa comercial que se utiliza para las fumigaciones, en las que se incorporan otros químicos como surfactantes y coadyuvantes de los que también existe controversia sobre su toxicidad. Los investigadores tomaron bidones vacíos que contenían glifosato, realizaron los tres lavados y colocaron el agua resultante en un reactor para llevar a cabo la reacción de degradación. “Lo que observamos es que tenemos un buen porcentaje de degradación, o sea que podemos eliminar no sólo el principio activo, sino también los otros constituyentes”, adelantó Zalazar.
Los resultados de esta línea de trabajo fueron obtenidos por un equipo de trabajo perteneciente al grupo de Ingeniería de los Fotorreactores del Intec y presentados en la 5th International Conference Oxidation Technologies for Water and Wastewater Treatment en Berlín, Alemania, y en el 2do. Workshop Latinoamericano sobre Residuos de Pesticidas, Alimentos y Medio Ambiente, organizado por la UNL.
Lo que viene
Para continuar el trabajo, el grupo se plantea construir un prototipo de reactor más grande, pensado para hacer un tratamiento en semicontinuo del agua de lavado de los envases en las épocas críticas del cultivo.
Otro de los puntos a tener en cuenta a la hora de establecer las condiciones óptimas para el funcionamiento de la tecnología de oxidación, es saber cuándo la sustancia deja de ser tóxica. Este dato permite que el proceso sea más eficiente, ya que, si el peligro queda neutralizado antes de que se termine por completo la reacción, se acorta el proceso en el reactor. Como explicó Zalazar, destruir hasta los últimos vestigios puede requerir mucho tiempo, lo que encarece el tratamiento. “Ahora vamos a hacer ensayos específicos de toxicidad para saber en qué punto del proceso el efluente tratado pierde su toxicidad, y entonces se puede arrojar en algún curso de agua sabiendo que está controlado y que no representa un riesgo para el medio ambiente”, señaló.
El problema
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La investigadora aclaró que es “necesario que haya un compromiso y un control por parte del Estado para que los envases no sean abandonados. Incluso, muchos usan esos bidones como tachos porque son de buenos plásticos, duros y resistentes. Acumularlos es un riesgo para el productor, la familia y todo el sistema de plantas y animales del lugar, y la contaminación de las aguas, tanto subterráneas como superficiales. En Europa, Brasil e incluso en la Argentina, hay iniciativas que intentan el reciclado de los bidones que tuvieron pesticidas”.