Investigadora aplicando bioinsecticida.
Un solo insecto que ataque a un limonero o a un cerezo puede llegar a poner en riesgo cosechas enteras. Lo que representa millones en pérdidas para dos frutos clave en las exportaciones de la Argentina. Para protegerlos suelen rociarse con insecticidas sintéticos, que no sólo son tóxicos para los insectos, sino también para el ser humano y otros animales.
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Investigadoras e investigadores de la Universidad de Buenos Aires trabajan en una solución para ese problema. Crean insecticidas provenientes de plantas autóctonas, que por su origen tendrían menos efectos tóxicos para el ser humano y el medio ambiente, y con la capacidad de neutralizar o repeler a los insectos.
Lo cierto es que los cultivos deben ser protegidos durante el proceso de producción, cosecha y post cosecha, ya que son afectados por una serie de plagas. Estas deben ser controladas con plaguicidas, sino bajaría la producción notablemente.
Pero los insecticidas sintéticos comercializados en la actualidad tienen una baja biodegradabilidad. Se acumulan en el suelo causando contaminación y toxicidad para todas las formas de vida. Algunos plaguicidas, incluso, pueden permanecer en el producto final si no se aplican con los cuidados necesarios.
El aumento del uso de plaguicidas ha causado numerosos problemas ambientales tales como la contaminación residual de los suelos y de las aguas superficiales y subterráneas, la extinción de muchos insectos, aves y otros organismos, la acumulación de contaminantes en las cadenas alimenticias y el resurgimiento de algunas enfermedades.
Una solución ecológica y sustentable es la que ofrece el equipo de investigadoras e investigadores de la UBA, empleando plaguicidas ecológicos, llamados bioinsecticidas.
“Es necesaria la búsqueda de nuevos insecticidas seguros y económicamente apropiados a partir de especies nativas, por su más fácil obtención, menor costo y para explotar recursos propios”, contó Adriana Broussalis, profesora e investigadora de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.
Plantas versus insectos
El proceso completo de producción de un bioinsecticida comienza por estudiar qué plantas pueden aportar un extracto que tenga actividad insecticida, es decir, que puedan neutralizar o repeler insectos. Se prueba su efectividad en laboratorio, y luego se ve qué tan tóxico resulta para la salud humana y animal.
A esto le sigue la formulación, es decir, cómo hacer que ese extracto pueda convertirse en un insecticida que los agricultores puedan aplicar. Allí se encuentra listo para realizar las pruebas en campo. Una vez que se demuestra efectivo a campo, se procede a buscar el registro en SENASA para poder comercializarlo.
“La idea es estudiar a la flora autóctona argentina para conocer qué productos naturales nos puede aportar”, explicó a Argentina Investiga Broussalis, profesora de la cátedra de Farmacognosia, una materia troncal para la carrera de Farmacia.
Allí, un equipo de investigadoras e investigadores estudia la flora autóctona como fuente de productos naturales. Trabajan en la búsqueda de insecticidas seguros de origen vegetal desde 2008.
El grupo está compuesto por Adriana Broussalis, Verónica Tarcaya, Ingrid Cufre, Eliana de Pasquale, Marina Rocío Saavedra, Paula López y Vanina Catalano.
“Lo primero es la búsqueda bibliográfica para saber si una planta está estudiada, si tiene reporte de actividad insecticida. Comenzamos con las que no están estudiadas. Así es que probamos si tienen actividad. Si no tienen, se descartan. Las que tienen actividad, siguen estudiándose”, explicó Broussalis.
Para conocer si tienen actividad insecticida se testean en diferentes insectos que son plagas de importancia agrícola, como por ejemplo el tribolio, que se alimenta de granos almacenados, o la mosca de los frutos, principal plaga de los cítricos.
“Con una sola picadura en un limón ya hay que descartarlo. Y somos uno de los principales exportadores de cítricos del mundo”, explicó Broussalis. La Argentina es el mayor proveedor de limón para el hemisferio norte en contraestación; aporta cerca del 20% de la producción mundial.
“También los probamos en la babosita del peral, que ataca a los cerezos. Produce muchas pérdidas de producción en la Patagonia. Es muy importante la exportación de cerezos a Europa, en contra estación con ellos”.
Una vez que los investigadores seleccionaron una planta viene el trabajo de probar diferentes extractos en el laboratorio y ver cuál es el más efectivo contra insectos que son plagas de importancia agrícola.
En paralelo se estudia la composición química de estos extractos, siguiendo la presencia de actividad insecticida. Los extractos se fraccionan y se estudian hasta llegar a obtener compuestos puros con actividad insecticida.
A la vez, estudian la toxicidad de cada extracto, es decir, qué tan dañino puede resultar para la planta, para humanos, y la fauna de la zona de cultivo. “Se realizan pruebas de seguridad, y se ajustan Ias dosis hasta llegar al nivel en que puede tener actividad insecticida sin ser tóxico”, explicó Broussalis.
Una vez que han logrado un extracto efectivo, sigue la etapa que llaman de formulación, que es la forma de aplicación del extracto en campo y depende del tipo de extracto. Esto también se va resolviendo durante las pruebas en campo, qué formulación es la más efectiva, qué forma de aplicación es la mejor.
Del laboratorio al campo
“Luego del trabajo en laboratorio, se ensaya en campo la eficacia de los extractos activos”, explicó Broussalis. “Probamos, por ejemplo, en distintas plantaciones de cítricos. Los extractos que en laboratorio tienen actividad insecticida sobre diferentes insectos son candidatos para realizar las pruebas de eficacia en campo en cultivos determinados”.
Para las pruebas en campo trabajan en colaboración con los ingenieros agrónomos e investigadores Sandra Clemente y Norma Gorosito, de la Facultad de Agronomía. Para la evaluación de la toxicidad trabajamos en colaboración con Susana Gorzalkzany, de la Cátedra de Farmacología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.
Durante los estudios en campo se realiza primero un monitoreo para conocer qué insectos se encuentran en el área. Luego de la aplicación del producto, un nuevo monitoreo permite evaluar los resultados. Se evalúa si el bioinsecticida es o no efectivo frente a las plagas en determinados cultivos y cuál es la mejor formulación del extracto, así como la forma más efectiva de aplicarlo sobre los cultivos.
“Se realizaron pruebas en campo en una plantación orgánica de cerezos, en el valle inferior del río Chubut, con muy buenos resultados sobre la babosita del peral. Allí trabajamos en colaboración con la ingeniera agrónoma Silvina Bado de INTA EEA Chubut”, contó Broussalis.
Una vez comprobada la eficiencia y la seguridad, se continúa con el registro que permitirá una posterior comercialización. “Ese es uno de los temas en los que estamos ahora”, contó la investigadora, “viendo cómo registrarlo, a través de la UBA, en SENASA”.
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“Esto permitirá la comercialización e industrialización del producto a una mayor escala para poder transferir la investigación que se hace en la UBA a la sociedad, a los establecimientos agrícolo-ganaderos, sustituyendo total o parcialmente insecticidas sintéticos por otros menos peligrosos”, concluyó Broussalis. “Estas posibilidades mejoran la calidad de los alimentos y abren un camino para lograr mejores condiciones de vida para el hombre y la sociedad”.